Muchos padres lo saben bien. Con sólo 16 años Justin Bieber arrasa entre los adolescentes. Lo descubrió en Internet un ejecutivo de publicidad y hoy tiene cuatro millones de amigos en Facebook y cuatro singles en el Top 40. Su gira le traerá a España en abril. Desvelamos las claves de su éxito mundial.
Justin, mi hija va a tu concierto de esta noche!” Una mujer de mediana edad intenta acercar su teléfono móvil a Justin Bieber para sacarle una foto. “¿Te apetecería una cita con ella?”. El cantante, imperturbables el flequillo y la media sonrisa, sigue firmando autógrafos a la puerta del hotel. Sabe que hoy las madres -por instinto de protección- pueden ser peores que las hijas. Y, aunque lleve el hecho de tener cientos de millones de fans con la misma naturalidad con que, según él, sale de la ducha y se alborota el pelo, al menos en dos ocasiones la Policía ha tenido que suspender sus actuaciones por motivos de seguridad.
“Me encanta sentirme tan querido en todo el mundo, pero lo primero es que mis fans estén seguras”, anotó Bieber en su cuenta de Twitter después de que varias de sus seguidoras púberes sufrieran lesiones a causa de los atropellos de la emoción de la masa. Porque él es así: buena parte de su éxito consiste en saber dosificar los gestos de cercanía y preocupación ante la poblada comunidad de afectos que suscita en cientos de millones de niñas y adolescentes del globo. En ocasiones, en mezcla de picardía y de ternura, ha llegado a meter pases privados para el backstage a modo de sorpresa en algunos discos. Y fue célebre su visita -como el cumplimiento de un sueño- a la niña de tres años que ganó fama instantánea al aparecer llorosa en un vídeo de YouTube al grito de “amo a Justin Bieber”. La niña no desaprovechó el encuentro con Justin para pedirle matrimonio.
Es precisamente ese sentimiento de comunidad el que separa a Justin Bieber de todas las estrellas adolescentes que han sido, son y serán. Sin duda, Bieber comparte varios rasgos claves para la nombradía mundial, para ser un ídolo de masas y no una figura -más recóndita- de culto o un creador de tendencias: tal y como quiere el canon contemporáneo, es deportivo, sencillo, alegre, sano, juvenil; está dotado de una naturalidad sin malicia y se maneja con la superioridad sin esfuerzo de quien nació para ser estrella. Al mismo tiempo, representa el viraje del canon estético experimentado en las décadas recientes, según el cual el hombre tradicional ha ido suavizando sus rasgos de dureza: tal y como ha señalado recientemente The Atlantic, con la misma edad, Clark Gable lucía crepitante varonía mientras que Matt Damon sigue haciendo de perpetuo adolescente. Parte de esa deseabilidad de la juventud la encarna Justin Bieber.
Un chico correcto
Más allá, el autor de My World comparte una misma compostura con otra megaestrella como David Beckham: es una persona lo suficientemente poco posicionada en pensamiento propio como para poder causar irritación. De este modo, cualquiera -sea del espectro que sea- puede plasmar y proyectar en él lo que tenga a bien. Dicho de otra forma, Bieber asume los cánones de la corrección del día con rara perfección: nadie podría imaginarlo emitiendo una opinión polémica sobre cualquier cuestión candente, del cambio climático a la cuestión racial; todos se sorprenderían si adoptara un aire de rebeldía real o de malditismo a lo James Dean. Su condición de hombre en blanco llega al extremo de que ni siquiera es de Estados Unidos -lo cual podría irritar a algunos, o dar pie a quejas por el imperialismo de la industria del entretenimiento-, sino que es de un país tan bien visto en todo el mundo como es Canadá. Es más, todo su compromiso social, todas sus donaciones a causas filantrópicas -que, como está mandado, inquietan a su corazón de estrella- se dirigen a temas perfectamente asumibles: nada de lucha contra el sida, nada de militancia a favor o en contra del aborto o el matrimonio gay; sí, en cambio, a todo lo que sea apoyar la erradicación de la malaria o la potabilización del agua en zonas pobres, preferiblemente de la mano de algún otro miembro del star system.
Incluso cuando habla del amor, el cantante es adecuadamente inocuo, llegando a proferir confesiones de tanta carga filosófica como que “el amor no distingue entre personas. Yo no me pongo fronteras”, aunque ahora se le relaciona con otra teen idol, Selena Gómez. Y por esa mezcla de falta de pretensiones con encanto natural, tan bien mercadeada por sus asesores y casa de discos, y que constituye uno de sus mayores valores como marca, Bieber llega a desvelar que se pone “nervioso” -nada menos- cuando le gusta una chica. Nada de eso evita sus frecuentes posados rodeado de corazones, ni la melosidad propia de unas letras donde el amor es tan unívoco y dulce como el arrope: “Sé que me amas, sé que es verdad; sólo hace falta que me llames para que vaya corriendo a tu lado”, recita Bieber en una canción no en vano titulada Baby. Por si fuera poco, el joven genera la vinculación sentimental de los patosos con gracia -se ha caído en un par de ocasiones sobre las tablas- y, por tanto, inspira la ternura de la normalidad . Como era de esperar, se define a sí mismo en términos muy asequibles: en sus propias palabras, se trata de “‘un chico normal, que disfruta de las pequeñas cosas, como tirarse en la cama a ver la tele o jugar a la consola”. Afirma que “no se complica al vestirse”, sino que se pone “una sudadera” porque él es “así y ya está”, aunque reconoce que -por esas servidumbres de vivir sobre una alfombra roja-, también tiene trajes de Alexander McQueen. En todo caso, se ha definido su estilo como skater cool y él afirma sin ambages -todo ha cambiado tras la metrosexualidad- que su color favorito es el lila. ¿El rasgo más varonil? Su gusto por los deportes y, en concreto, por los de equipo: el baloncesto, el hockey.
Autodidacta
Hasta aquí, la vida de Justin Bieber parece seguir el guión previsible y correcto de cualquier producto humano del márketing para niños actual, alguien que podría perecer en cuanto la voz terminara de cambiarle, el acné adolescente hiciera eclosión con un grano tamaño Vesubio sobre su rostro o -Dios no lo quiera- empezara a perder lustre ese pelo que recoge todas las oscilaciones cromáticas del rubio y del castaño.
Sin embargo, el perfil de Bieber tiene, como se decía, características muy propias. Y esas características se alimentan tanto de la escala desproporcionada de su éxito -cuatro millones de amigos en Facebook, casi un millón en Myspace, primer artista en tener cuatro singles al mismo tiempo en el Top 40 y siete en el Top 100- como de su propia historia vital. Nacido en 1994 y criado por una madre soltera de firmes creencias cristianas, Bieber -según la leyenda- fue autodidacta con la batería y la guitarra, con el piano y la trompeta, y en 2007, su familia subió unos vídeos del niño en Internet, vídeos que se encontraría por azar el ejecutivo de márketing Scooter Braun, quien le apadrinó hasta el estrellato.
Tanto su condición de surgido de la nada, sin más fuerza que su propio talento, como el hecho de no pertenecer a la factoría Disney -caso de Miley Cyrus- avalan la credibilidad de su éxito: sus fans lo consideran como un producto hecho en casa, auténtico, lejos de Operaciones Triunfos o American Idol, capaz de arrasar sin precedentes en plataformas web antes incluso de poner su primera canción en el mercado, o de ganar nada menos que 3.000 dólares al pasar la gorra tras cantar frente a las puertas de un teatro y, con ese dinero, llevar a su madre a Disneylandia a pasar las primeras vacaciones de su vida. Ídolo contemporáneo, Bieber tenía que nacer al mundo a través de Internet.
Pero por si fuera poco, Bieber ha sabido caer en gracia a cierto establishment de la música popular, de Rihanna a Snoop Dogg o Justin Timberlake y otros astros del rap y del hip-hop que le han ofrecido una legitimidad artística que va más allá de su appeal masivo entre las niñas, preadolescentes y adolescentes que por primera vez van descubriendo para qué sirve el corazón. Y tiene además una serie de marcas de la casa -el pelo, el pelo- que maneja con inteligencia, como su vestuario de G-Star, su gusto por los ositos de gominola o por el patinaje.
Fecha de caducidad
¿Qué futuro le espera a Justin Bieber? Las estrellas infantiles tienen difícil reciclaje, pero hay ejemplos de algunos que han sabido recauchutarse. El trío de hermanos de los Hanson, una vez ganaron todo el dinero de este mundo y les cambió la voz, permanecen en el negocio de la música, confeccionando álbumes invisibles para el gran público, pero aclamados por la crítica. Nick Jonas, de aquellos Jonas Brothers que sostuvieron durante años el cetro del pop, ha fundado Nick Jonas and the Administration conforme al modelo de Bruce Springsteen y su E-Street Band, optando por sonidos más sofisticados.
Lo importante, en el caso de Bieber es no terminar como el cantante a quien físicamente más recuerda: el americano Leif Garrett, que perdió sus blondos rizos cuando dejó de ser estrella y luego sólo se ha hecho célebre por su condición de drogadicto. De momento, el sencillo chico de Ontario está en otras cosas: en comprarle una casa a su madre, en disfrutar -acaba de sacárselo- del carné de conducir. Ya el rapero Usher dice que, pese a su juventud, Bieber es un muchacho con mucha cabeza.
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